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Primer Avance

I

Iskander López

Autor de Kadavnia

Este es un extracto de uno de los capítulos de Aizan. En él se narra un fragmento de la Batalla de Ross. Los jóvenes Aizan, Astanar, Aetz, Rud y Lid, junto a los veteranos Gilt y Schall, todos liderados por Arnault, realizan una incursión al fuerte de Ross con la intención de evitar la toma del castillo.

Herti = habitante de Hertford y actual invasor de Kadavnia.



AIZAN


(...) El hombre de la almena gritó y la poterna se abrió, saliendo de ella apresuradamente un soldado, nervioso por la batalla que se estaba librando dentro.

—Por fin refuerzos —se agachó, retomando aire—, ¿solo sois vosotros? Da igual, no sabemos cómo, pero han entrado unos cincuenta en el castillo. Quizá sean cien, no lo puedo confirmar. Alguien debió de abrirles la puerta del norte, pero es extraño, estaba vigilada y nadie los vio venir.

Tomó aire, miró hacia atrás y continuó:

—La batalla no tiene buen cariz. Son buenos guerreros. Se han colado en la almena y nos han dado problemas, pero la hemos recuperado. Ahora están esparcidos dentro del castillo, lo que los hace más peligrosos. Por suerte, es pequeño —hablaba deprisa y sus palabras se atropellaban—. ¿Qué más tengo que deciros? Ah, sí, los arqueros de las almenas os cubriremos mientras no se acerquen más fuerzas a los exteriores del castillo. Han caído una veintena de ellos; de los nuestros, parecido, unas dos docenas.

—¿Cuántos sois? —dijo Arnault con premura, sujetándole por los hombros.

—Unos cincuenta, la mayoría salieron a defender la ciudad.

—De acuerdo, está bien —le agradeció el informe y se dirigió a los demás—. No tenemos peligro encima nuestro por lo que entraremos al patio en forma de arco. No perdáis la formación y no os quedéis rezagados. ¿Entendido? Cuando grite «dispersión» nos separaremos en los dos grupos que he dicho antes. Intentad no dejar al descubierto la espalda cuando nos desperdiguemos, siempre contra un compañero o contra la pared. Repito, no os quedéis solos. ¡Venga, muchachos, adelante!

A continuación, todos entraron por la puerta, a la retaguardia de Arnault, Gilt y Schall. Nada más franquear la poterna, Aizan divisó a su derecha a un herti que descendía una escalera que conectaba con el piso superior, hacha y escudo en mano. Schall se adelantó y empujó a Aizan hacia atrás, pero antes de que el enemigo llegase hasta ellos, fue alcanzado por una flecha y cayó de bruces al patio. Gilt lo remató.

Se pusieron en formación de arco, dando la espalda a la poterna por la que habían entrado. El arquero que les había abierto la puerta subió corriendo a la almena, saltando sobre el herti recién abatido. Aizan se encontraba en la parte más adelantada del arco, entre Gilt y Astanar. Se respiraba un silencio inquietante y tenso dentro de la fortaleza que contrastaba con los gritos y gemidos que llegaban de la ciudad. Fuera, las fuerzas de Ross trataban de repeler el ataque de Hertford a la ciudad.

—Vamos a abrirnos. Poco a poco —cortó el silencio Arnault.

De pronto, se oyó el sonido ensordecedor de un cuerno a su izquierda. Asustados, todos miraron hacia su origen.

Se oyeron gritos.

—Todos mirando al frente —gritó Arnault.

Para cuando volvió la mirada, los hertis ya estaban a medio camino de él. Los atacaban por la derecha, por su lado. Repelieron la embestida con los escudos, y Aizan empujó con el pie derecho al que tenía más cerca. Este retrocedió y volvió a embestir. Aizan se agachó, alzando el escudo sobre la cabeza, y paró el espadazo, no sin hacerse daño en el codo por la fuerza del impacto. Acto seguido le pinchó la rodilla desde abajo. Punto débil. Cayó como una marioneta y gritó. Vio caer a otro frente a Astanar. Su amigo era uno de los más altos del lugar. De soslayo también alcanzó a ver cómo Gilt sangraba por la cara.

En su flanco eran seis. Dos atacaban desde la retaguardia. Gilt, Astanar, Rud y él repelían el ataque por ese lado. Aizan lo estaba pasando mal en esos momentos, aguantaba las embestidas de un herti, y el que se hallaba tras este no le dejaba atacar. Cada vez que intentaba contraatacar, el de la retaguardia lo atacaba. Desistió y se limitó a resistir las embestidas.

Bloqueó un espadazo y, cuando bajó el escudo, ya le venía otro desde atrás. Lo bloqueó también. Le tuvieron un rato sin poder respirar, pues le venía un ataque tras otro.

Astanar derribó a otro y se abrió paso hasta la retaguardia. Más que una espada, parecía que empuñaba una maza. Él solo había sido capaz de romper la línea enemiga. Aizan lo vio lanzar un espadazo. El de la retaguardia lo bloqueó, pero cayó al suelo por la fuerza del impacto. Este se arrastró hacia atrás y Aizan no pudo ver más. Ahora estaba más libre y cargó con el escudo, golpeando el yelmo de un herti con la espada. El choque del metal contra metal provocó un sonido más denso que el que producen dos espadas. El enemigo retrocedió y Aizan cargó por segunda vez, pero le resbaló el pie derecho y cayó al suelo. El herti aprovechó la ocasión y le atacó desde arriba. Aizan bloqueó como pudo desde el suelo. Ahora era el momento. Gritó con todas sus fuerzas y le clavó la espada en las costillas con un movimiento exterior. Había visto que esa zona la tenían desprotegida y no dejó pasar la oportunidad. Un reguero de sangre bajó por su espada hasta llegar a la empuñadura.

Nervios, tensión y bravura. Eso era lo que sentía. Estaba en medio de la batalla, rodeado de amigos y enemigos. No había tiempo ni para pensar, todos los actos eran instintivos. Se levantó y volvió a su posición. «¿Qué posición?», pensó. La formación ya se había disuelto. Alzó la mirada en busca de un enemigo. Casi todos sus compañeros estaban ocupados con alguno. Aetz y Gilt estaban con el mismo. Se dirigió adonde Rud, que parecía el que peor lo estaba pasando. Fue corriendo y derribó a su contrincante. Una vez en el suelo, Rud lo remató. Ambos se dieron la vuelta en busca de más. No había tiempo para dar las gracias; esas cosas se dejarían para después. Se fue a ayudar a Astanar, y Rud a Lid.

Antes de llegar adonde estaba su compañero, vio a más hertis salir de los pórticos.

—¡Arnault! —gritó—. Vienen más. ¡Misma formación! Replegaos hacia la puerta.

Arnault dio una patada a uno, cogió primero a Aetz y luego a Gilt, y los hizo retroceder. Volvían a estar en la misma posición, aunque con una distribución distinta. Ahora Aizan estaba entre Schall y Astanar.

—¡Escudos fuera de nuevo! —gritó Arnault, imponente. Fue un grito de motivación, pues todos tenían los escudos en alto antes de que lo ordenase.

Antes de recibir la embestida, una lluvia de flechas cayó sobre los hertis. Al menos dos cayeron abatidos. Uno de ellos tenía una flecha clavada en la cara. Aizan alcanzaba a oír los gritos de dolor de algunos enemigos; alguno de ellos sería quien sufrió su estocada en las costillas. No sabía ni dónde estaban. Quizá por el suelo, debajo de él, pues no sabía qué pisaba.

Recibieron la embestida, más brutal que la anterior. Eran más que antes. Lid y él cayeron hacia atrás, con dos hertis en medio del arco humano.

—¡Un paso atrás! —ordenó esta vez Schall, con su melena sudorosa saliendo del yelmo—. ¡Cerrad filas!

Aizan se levantó rápido. Había caído boca arriba, su rival boca abajo. Aprovechó la ventaja y bajó la espada como un hacha. El movimiento se asemejó al que solía usar para cortar leña. Otro menos. Se dio la vuelta para ayudar a Lid, pero no hizo falta. Arnault había parado un ataque con el escudo y, con la espada, pinchó por detrás al rival de Lid. Este lo remató.

Estaba exhausto por la batalla. Se agachó tan solo un instante para coger aire, y Lid y él empezaron a atacar desde la retaguardia, por la parte interior del arco.

No era tan fácil como parecía. El brazo no le llegaba muchas veces al objetivo y dejaba la cara al descubierto. Decidió cambiar de estrategia. Desde la seguridad de su posición, se agachó detrás de Astanar, con la intención de clavar la punta de su espada en pies, tobillos, rodillas y muslos de sus objetivos. Las espinillas las tenían bien cubiertas.

Acertó en un tobillo, oyó un grito y, unos instantes después, cayó el enemigo al suelo. Otro se adelantó. Aizan fue a pincharle, pero recibió un impacto del talón de Astanar en la cara. Un dolor intenso lo recorrió, pero se sacudió la cabeza y se levantó.

—¡Aizan, cámbiame de posición! —le ordenó Astanar, sin dejar de mirar hacia delante—. ¡Desde detrás atacaré mejor!

—¡Cuando quieras! —le respondió.

Vio a Astanar bloquear un espadazo con el escudo y, acto seguido, empujar con él a los hertis hacia atrás. Uno cayó al suelo. Aizan relevó a Astanar y volvió a estar en primera fila, en tensión de nuevo. Bloqueó un espadazo y, al mismo tiempo, le clavó la espada en la cara al que se levantaba del suelo. Notaba el brazo de Astanar cerca de su cara, entrando y saliendo de las líneas enemigas con la espada bañada en sangre.  No recordaba que su amigo tuviera tanta fuerza ni tanta sangre fría. La batalla los había cambiado a todos. A él también. Aizan seguía aguantando las embestidas y lanzando espadazos, ahora a ciegas. Oyó a Astanar gritarle a Lid para que relevase a Aetz. En unos instantes, los dos gigantes estaban lanzando espadazos desde detrás. (...)

I

Sobre el Autor

Iskander López

Nacido en 1995, es graduado en Administración y Dirección de Empresas (EHU-UPV) y estudiante de Geografía e Historia (UNED).